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Obama fue un candidato populista; Donald Trump, también


En la teoría, el populismo no es antidemocrático: Acepta el gobierno de las mayorías

Los economistas, los criminólogos, los sociólogos y los historiadores tienen concepciones distintas del populismo; puede ser una estrategia política, una ideología o un estilo particular de comunicación política.

En una conferencia de la Cumbre de Líderes de América del Norte con los tres mandatarios de la región, en junio del 2016, el presidente Enrique Peña Nieto habló acerca de los liderazgos “que asumen posturas populistas y demagógicas pretendiendo destruir lo que ha tomado décadas construir”. En su intervención, Barack Obama refutó al mexicano: “Cuando contendí en el 2008 (…) fue porque me preocupaba por la gente y quiero asegurarme de que cada niño tenga las mismas oportunidades que yo disfruté y me preocupo por la gente pobre, quienes trabajan muy fuerte sin poder progresar (…) Supongo que eso me hace un populista”.

En medio de las campañas electorales en México, en el año 2012, la revista Letras Libres dedicó un número completo a examinar desde distintas perspectivas el término populismo. De acuerdo con el director de la publicación, Enrique Krauze, el populismo es una simplificación de la democracia. “Lo que el populista busca —al menos esa ha sido la experiencia latinoamericana— es suprimir en beneficio propio la tensión entre el liderazgo político y la voluntad popular”. Para Krauze, la delantera la toma siempre el “líder carismático” y no el pueblo.

En otro texto de este número de Letras Libres, el politólogo holandés Cas Mudde refiere que por lo menos existe consenso en dos elementos que ayudan a entender el populismo: “1) el populismo se trata del pueblo” y “2) el populismo está estrechamente relacionado con la democracia”. Mudde en ningún momento hace referencia a un “líder carismático”. En cualquier caso, el elemento principal del populismo es el pueblo y el poder del pueblo, la democracia.

Mudde no se arriesga a aventurar una afirmación como la que hace Krauze acerca de que el populismo es la simplificación de la democracia. Tampoco es categórico como John P. McCormick, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Chicago, quien dice que “el populismo es (…) el ‘grito de dolor’ de la democracia moderna y representativa”. Mudde ofrece un recuento de las distintas formas en las que se ha concebido y se concibe el populismo. Los economistas, los criminólogos, los sociólogos y los historiadores tienen concepciones distintas del término; el populismo puede ser una estrategia política, una ideología o un estilo particular de comunicación política.

A partir del análisis de las distintas definiciones de populismo, Mudde alcanza una guía básica del término: “El populismo es una ideología de núcleo poroso, que considera que la sociedad está dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos —‘el pueblo puro’ frente a ‘la élite corrupta’—, y que sostiene que la política debería ser una expresión de la volonté générale (voluntad general) del pueblo”.

Aunque esta definición es aplicable a casi todos los “fenómenos populistas que estudia la literatura sobre el tema”, su principal problema es que no esclarece la confusión acerca de si el populismo es una estrategia específica para atraer el apoyo de las masas o si es una ideología política, es decir si “¿los populistas creen de verdad en en su propio populismo?”. Mudde tampoco logra franquear la barrera de la ambigüedad respecto de este concepto.

El logro de Mudde radica en su análisis de la relación entre populismo y democracia. ¿Cuál es la diferencia entre el populismo del que habla el presidente Enrique Peña Nieto y el que Barack Obama afirmó ostentar? Los especialistas, sobre todo los europeos, ven al populismo como una enfermedad de la democracia. “La mayoría de los estudiosos, especialmente en Europa, creen que el populismo es inherentemente antidemocrático (…) Sin embargo, algunos estudiosos, especialmente en Estados Unidos, creen que el populismo es totalmente democrático, incluso la forma última de la democracia”, afirma Mudde.

En la teoría, el populismo no es antidemocrático. “Acepta la soberanía popular y el gobierno de la mayoría”, según Mudde. El populismo es un antagonista de la democracia liberal debido a que está en contra del pluralismo, pues considera que la sociedad está conformada por dos grupos homogéneos —el pueblo y la élite— y a que se opone a la práctica de la concesión. El populismo “defiende que la política puede y debería beneficiar a todo el pueblo” y no sólo a un grupo de élite.

Para John P. McCormick, una de las diferencias entre populismo y democracia es que los fenómenos populistas hacen recaer en un líder “el ejercicio formal” de la práctica democrática. Mientras que “en una democracia, la gente decide”. De acuerdo con el investigador de la Universidad de Chicago, en muchos casos ha sido necesaria la llegada al poder de un líder populista para consolidar la democracia, algo que también cree Mudde: “En la práctica, los populistas han fortalecido el sistema democrático en su país (como Morales en Bolivia) y también lo han destruido (como Fujimori en Perú)”.

¿Entonces de qué estamos hablando? Es posible decir que el populismo se trata de una tendencia o una estrategia que deviene en un estado distinto de la vida política. El populismo puede ayudar a un régimen democrático a consolidar y defender los principios de la democracia, es decir, los principios de un verdadero poder del pueblo, como ha sido el caso de Evo Morales, en Bolivia, o el de José Mujica, en Uruguay; pero también puede alentar su transformación en el uso de los sentimientos del pueblo para el mantenimiento del poder, como es el caso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

rodrigo.riquelme@eleconomista.mx