En general, basta con que el ambiente de un lugar que se visita se perciba como potencialmente incómodo o molesto para cuestionarse si uno quiere ir.
Pero cuando el lugar que se pretende visitar se convierte en el epicentro de un conjunto de comportamientos, actitudes o acciones que se muestran adversas o agresivas a tu ser (color de piel, país de origen, idioma o religión, por ejemplo), resulta difícil justificar razones para emprender un viaje de placer ahí.
Y es que cuando uno viaja por gusto, uno se desplaza de su lugar habitual de residencia tanto como el tiempo y el presupuesto lo permiten para ver lugares diferentes con intenciones de descanso, diversión, aprendizaje y contacto armónico con los habitantes del país elegido.
En 44 años de vida, Estados Unidos ha resultado para mí un destino frecuentado. Por negocios y por placer, he tenido el gusto de visitar ciudades emblemáticas como NY, Washington, LA, Boston, Houston, San Francisco, Filadelfia, Las Vegas o Miami, y he recorrido ciudades de menor tamaño, pero con su personalidad, como Greenville, Seattle, Coeur D´Alene, San Diego, Spokane, Scottsdale, Nueva Orleans, Atlanta u Orlando. El anecdotario, si bien no es perfecto, es por mucho positivo.
Como la mayoría de los viajeros frecuentes a ese país, uno aprende relativamente rápido a lidiar con la forma de ser de nuestros vecinos.
Desde la arrogancia de un oficial de migración o un patrullero municipal, hasta la cordial hospitalidad que puede uno encontrar en una familia americana cuando te abren las puertas de su casa a las 17:30 horas para invitarte a un family dinner que termina a las 22:00 horas en punto.
Hoy, sin embargo, la hostilidad intrínseca del presidente Trump me ha invitado a cancelar todo plan de viaje de placer a ese privilegiado país.
Su colonialista pretensión de pago forzado de un cuestionable muro, sus formas groseras de referirse a los mexicanos (los de aquí y los de allá), su interpretación ignorante y parcial de los efectos de nuestra relación comercial y, sobre todo, las amenazas primitivas de represalias de su nuevo presidente si los mexicanos no consentimos su voluntarismo arrogante, me impiden continuar mis planes familiares como si nada estuviese pasando.
Y es que en cualquier viaje debes estar abierto a enfrentar retos de comunicación, avatares logísticos, confrontaciones con realidades radicalmente distintas a la tuya o animosidades propias del clima, la dieta y o las costumbres, pero nunca a exponer conscientemente a tu familia a un maltrato que se derive simplemente de quien eres o del lugar donde vienes.
En tanto la Casa Blanca, el Capitolio y un conjunto nada pequeño de ciudadanos americanos envalentonados por las circunstancias actúen con el actual nivel de enemistad y antipatía hacia lo mexicano, quienes a base de esfuerzo y trabajo nos podemos dar el gusto ocasional de viajar más allá de las fronteras nacionales, debemos evitar privilegiar explorar los recovecos de nuestra propia patria y un sinfín de países también muy atractivos en América Latina, Asia, Europa (Occidental y Oriental) y Oceanía donde nos hagan sentir bienvenidos.
Si somos optimistas, podríamos asumir que este entorno hostil en Estados Unidos, que estará llena de tuits presidenciales matutinos, durará sólo cuatro años.
Entre tanto, en la privacidad de nuestras decisiones familiares, bien podemos patriótica y convenientemente acordar que mientras hostilis Trump imprere, no placere viaticum a Estados Unidos.
El autor es empresario y conferencista internacional.
Twitter: @MCandianiGalaz
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