Quito, Ecuador, 10 enero 2024.- Caminan a paso rápido, con la mirada alerta y hablan en voz baja en las calles vaciadas por el miedo. El terror se instala en Ecuador, mientras el narco exhibe músculos con ataques, explosiones, saqueos y tiroteos.
En la cabeza de Rocío Guzmán todavía resuenan las detonaciones de una balacera ocurrida la tarde del martes a pocas cuadras de su negocio, ubicado cerca de un hospital de la seguridad social en el centro de Quito.
«La gente cerró los locales, vino gente corriendo», dice a la AFP el comerciante de 54 años, que este miércoles colgó unas pocas mascarillas y revistas en las puertas de su kiosko por miedo a los robos.
Decidió ir a su casa en medio del caos y luego quiso hacer compras pero «todo estaba cerrado. A las ocho de la noche no había nada, ni carros, ni negocios».
En la peligrosa ciudad de Guayaquil (suroeste), varios hoteles, oficinas y comercios cerraron. Los pocos transeúntes se silencian ante las preguntas de periodistas.
La reciente ola de violencia se desató tras la fuga de Adolfo Macías, alias «Fito», jefe de la principal banda criminal del país conocida como Los Choneros, que estaba recluido en una cárcel guayaquileña y fue detectada el domingo.
Desde entonces hubo explosiones, motines carcelarios, siete policías secuestrados y 149 funcionarios penitenciarios retenidos en una arremetida del narco que deja 14 muertos, según el último balance. Además hombres encapuchados irrumpieron con armas y granadas en un canal de televisión que transmitía un noticiero en vivo.
Unos pocos negocios abrieron sus puertas con zozobra y en algunas zonas había más policías que comerciantes.
– «Es agobiante» –
El bullicio habitual en el parque La Carolina, en el corazón financiero de la capital, fue reemplazado por silencio. No estaban los atletas ni los aficionados al fútbol que ocupan las canchas desde muy temprano.
«Lo que nos saca ahorita es la necesidad de seguir trabajando, se siente mucho miedo no se sabe que va a pasar», dice a la AFP Daniel Lituma, dueño de una panadería en el centro histórico, cerca del palacio de gobierno custodiado por decenas de militares fuertemente armados.
La tarde del martes, Lituma, de 30 años y tatuado en el cuello, compraba junto a su esposa en un mercado cuando sus empleados le alertaron de saqueos. A falta de autobuses empezó a correr desesperado para reunirse con su hija y ponerse a salvo en casa.
Hoy la necesidad económica le obligó a trabajar en una ciudad desolada. La idea de que un nuevo ataque ocurra en cualquier momento le roba la tranquilidad.
«Es agobiante. Uno tiene que salir todos los días porque nadie nos soluciona el tema del dinero, pero (venimos) con mucho miedo, incertidumbre», expresa.
La falta de transporte público hacía extragos este miércoles. Unos pocos autobuses circulan con escasos pasajeros y menor frecuencia de la habitual.
Las esperas en las estaciones se prolongaron, aunque la gente agradeció no tener que caminar largos trechos como ocurrió el martes.
La violencia colapsó el tránsito y dio paso a la solidaridad: desconocidos se juntaban para caminar, compartir vehículos y exorcizar el miedo de ser atacados.
-Teletrabajo-
Universidades y escuelas impartieron clases en modalidad telemática. Algunas entidades también aplicaron el teletrabajo y otras optaron por media jornada como Manuel Muñoz, un vendedor de insumos médicos de 34 años.
Debido a las dificultades para movilizarse optó por regresar temprano a su casa en el sur de Quito y acordó con sus padres ancianos una estrategia para saber dónde está cada uno.
«El plan es reportarse cada hora» a través de llamadas o mensajes, explica.
El taxista Santiago Enríquez va alerta a su radio ya mensajes de sus colegas. Le tranquiliza saber que sus hijos están resguardados en casa.
También le alivia la presencia de fuerzas armadas en las calles luego de que el presidente Daniel Noboa declarara un conflicto armado interno y ordenara «neutralizar» a los miembros de una veintena de bandas narcocriminales.
«Van a actuar con más fuerza y eso es lo que la gente quiere para sentirse segura», señala el conductor de 30 años. La víspera mientras trasladaba a un pasajero en Quito el ambiente se sentía «peligroso», «tenso», de «mucho nerviosismo», recuerda.